domingo, 29 de junio de 2008

terceras orillas (no. 18)

los tiempos cambiaban en la lenta prisa del tiempo
joao guimaraes rosa
(1908-1967)

salir de puebla por la oriental
es hundirse en frecuentes surcos
alguna vez ríos
y amplios pastizales custodiados por montañas nebulosas
recordaba en mi camino la existencia de "la tercera orilla" de joao guimaraes rosa
y ahora que me aproximo a ella
encuentro un poco de la nostalgia y la incertidumbre
volcadas sobre una mesa de "la profética"
entre risas y tazas de café
en medio de ese recuerdo, pues,
para xóchitl y juana


hablaba de ríos secos
como de una hermenéutica del silencio
porque en ellos permanecen la forma/las piedras/ un algo del fluir seco de cada río en ausencia
el de guimaraes es en cambio un río amplio
nuestra casa, en ese tiempo, estaba aún más cercana al río, cosa de menos de cuarto de legua: el río por ahí se extendía grande, hondo, callado siempre. ancho, de no poder verse la otra orilla
pero en el que se sumerge una gran ausencia irreparable
inexplicable
ese gran río anfitrión de saudades
hospendando al hombre sencillamente resuelto y resignado

nuestro padre no regresó. no iba a ninguna parte. sólo ejercitaba la invención de permanecer en aquellos espacios del río, de medio a medio, siempre en la canoa, para no salir de ella nunca más.

para los que permanecen en esta orilla del río
la mudanza que el padre hace desde su casa a la canoa
al río
es motivo de discusiones y tristezas familiares
de elucubraciones
porque uno siempre quiere explicarse todas las cosas
como si de eso se tratara la vida
de una simple explicación lógica

todo lo cual no valió de nada. nuestro padre pasaba a lo largo, entrevisto o desleído, cruzando en la canoa, sin dejar que se acercase nadie a la mano o a la voz [...]
nuestro padre desaparecía por el otro lado, aproaba la canoa en el brezal de leguas que hay por entre juncos y matorrales, y él solo conocía, a palmos, su oscuridad [...]
no bajaba en ninguna de las orillas, ni en las islas y los bajíos del río, nunca más pisó suelo o pasto
quizás las dos orillas del río
sean eso un yo y un los otros
de frente
en silencio
intercambiando cómplices intuiciones de lo que el encuentro a la mitad del río podría llegar a ser

y jamás habló palabra con persona alguna. nosotros, tampoco, hablamos más de él. sólo pensábamos. no, nuestro padre no podía borrársenos, y si, por un rato, uno hacía como que olvidaba, era apenas para despertarse de nuevo, de repente, con la memoria, al provocarse otros sobresaltos
así
los tiempos cambiaban en la lenta prisa del tiempo
y aunque se insista en el recuerdo
hay quienes prefieren olvidar
y quienes se resignan a la maldición del tener-siempre-presente

pero yo sabía que él ahora se había vuelto greñudo, barbón, con uñas grandes, enfermo y flaco, negro por el sol y por los pelos, con aspecto de bicho, casi desnudo, aunque disponía de piezas de ropa que de cuando en cuando se le proporcionaban
por mucho que el tiempo nos recorra con su lenta prisa
la duda y la memoria nos enturbian los descansos
es necesario saber
que uno no debe saber algunas cosas
y sin embargo insistir en averiguarlas

y, resuelto, indagué, me dijeron lo que se decía: nuestro padre, alguna vez, había revelado la explicación al hombre que le preparó la canoa. pero, ahora, ese hombre ya había muerto, nadie que supiese, que hiciese memoria de nada. sólo las falsas habladurías, sin sentido, como ocurrió, en el comienzo, con las primeras crecientes del río, con lluvias que no escampaban, todos temieron el fin del mundo, decían que nuestro padre había sido elegido como noé, y que, por lo tanto, con la canoa se había anticipado

quizás el hombre reside en esa tercera orilla del río
en ese más allá inexplicable
mistíco-mito-milenario
en ese co-incidir: caer humano en la divinidad más pura
la carente de nombres
caer en ella como en un amplio río
y salir con la resolución de intuir al menos una gota mínima
de lo prístino/innombrable
soy hombre de tristes palabras
[...]
soy el que no fue, el que va a callar. sé que ahora es tarde, y temo concluir mi vida en la mezquindad del mundo. pero entonces, al menos que, en el capítulo de la muerte, me agarren y me depositen también en una simple canoa, en el agua, que no cesa, de extendidas orillas: y yo, río abajo, río afuera, río adentro -el río
fragmentos tomados de "la tercera orilla del río" de joao guimaraes rosa
imagen "sin título" de arathy fernández mendiburu

miércoles, 11 de junio de 2008

salomé/salomé (no. 17)

una de las versiones más poéticas de salomé
la re-encuentro a finales del siglo xix bajo el nombre de oscar wilde
n-h-ombre tan brillante como desafortunado
encuentro también un sentido de lo terriblermoso recubriendo los asuntos pronunciados con sus palabras
con su elegancia

salomé.dramanenunacto
publicada en 1894 (a mi gusto, su mejor obra de teatro)
presenta a un personaje, ya tan desprestigiado
cargado de símbolos y sueños
inmerso en una contemplación de la hermosura/su reflejo
salomé: ¡qué bonito es ver la luna! es como una flor de plata, fría y casta. sí, como la belleza de una virgen que ha permanecido pura.
entre pajes y guardias
bajo la luna, siempre la luna
salomé escucha la voz firme del profeta
lanzando sus visiones desde una mazmorra
salomé mira de frente la figura del profeta
que ha sido traido ante su presencia

salomé: sus ojos son lo más terrible de todo. ¡son como las cuevas negras donde moran los dragones! son como lagos negros, en los que riela errátil la luna.

ese mirar será la negación-la obsesión-la condena de quien mira sin ser ad-mirada

jochanaan: ¿quién es esta mujer, que me mira? no quiero tener sus ojos sobre mí. ¿por qué me mira así con sus ojos dorados bajo los resplandecientes párpados? no sé quién es ella. no quiero saber quién es. hacedla irse. no quiero hablar con ella.

salomé parece enloquecer ante la visión del profeta
pero sólo ha caído en las contradicciones/absurdos arrebatos
del amor

salomé: ¡jochanaan! ¡estoy enamorada de tu cuerpo! ¡jochanaan! tu cuerpo es blanco como los lirios en un campo no tocado por la hoz. tu cuerpo es blanco como la nieve en las montañas de judea. las rosas en el jardín de la reina de arabia no son tan blancas como tu cuerpo. ni las rosas en el jardín de la reina, ni los pies del alba en las hojas, ni el seno de la luna sobre el mar, nada en el mundo es tan blanco como tu cuerpo. déjame tocarlo, tu cuerpo [...]
salomé: estoy enamorada de tu pelo, jochanaan. tu pelo es como uvas, como racimos de uvas negras en las vides de edom. tu pelo es como los cedros, los grandes cedros del líbano, que brindan sombra a los leones y ladrones. las largas noches negras, cuando la luna se oculta, cuando las estrellas tiemblan, no son tan negras como tu pelo. el silencio del bosque... nada en el mundo es tan negro como tu pelo. déjame tocarlo, tu pelo.

la vehemencia de esta salomé parece agotarse ante el rechazo del profeta
ante la devoción divina que enceguece los ojos de jochanaan
pero ella mira ilimitadamente

salomé: no amo tu pelo. (con gran pasión) anhelo tu boca, jochanaan. anhelo tu boca, jochanaan. tu boca es como una cinta escarlata en una torre de marfil. es como una granada, partida por un cuchillo de plata. las granadas que florecen en los jardines de tiro, más ardientes que rosas, no son tan rojas. las rojas fanfarrias de las trompetas, que anuncian el llegar de los reyes y ante las que tiembla el enemigo, no son tan rojas como tu roja boca. tu boca es más roja que los pies de los hombres que pisan las uvas en el lagar. es más roja que las patas de las palomas que viven en los templos. tu boca es como una rama de coral en el crepúsculo del mar, como la púrpura en las minas de moab, la púrpura de los reyes... (fuera de sí) nada en el mundo es tan rojo como tu boca. déjame besarla, tu boca.


la historia sigue
herodes promete
salomé baila
siete velos ondean frente a otra mirada
ojos de herodes
salomé baila
salomé exige el cumplimiento de una promesa

un gigantesco brazo negro, el brazo del verdugo, se extiende fuera de la cisterna,
sosteniendo en una bandeja de plata la cabeza de jochanaan; salomé la coge.
el cumplimiento de un deseo llega en bandeja de plata
con gotas de sangre color bocañorada
con un cierto olor a venganza
que vuelve a ser pasión irremediable

¡ah! no quisiste dejarme besar tu boca, jochanaan, bien, la besaré ahora! quiero morderla dentro con mis dientes, como se muerde una fruta madura. sí, quiero besarla ahora, tu boca, jochanaan [...] ¿pero por qué no me miras, jochanaan? tus ojos, que eran tan terribles, tan llenos de furia y desprecio, están ahora cerrados. ¿por qué están cerrados? ¡abre tus ojos, levanta tus párpados, jochanaan!¿por qué no me miras? ¿tienes miedo de mí, jochanaan, que no quieres mirarme? y tu boca no dice una palabra, jochanaan, este áspid escarlata que escupía su veneno contra mí. es extraño, ¿no? ¿cómo es que este áspid rojo ya no se mueve? tú hablabas palabras malas contra mí, contra mí, salomé, la hija de herodías, princesa de judea. ¡pues bien! yo vivo aún, pero tú estás muerto, y tu cabeza, tu cabeza me pertenece. puedo hacer con ella lo que yo quiera. puedo arrojarla a los perros y a los pájaros del aire. lo que los perros dejen, los pájaros del aire deben devorarlo... ¡ah! ¡ah! jochanaan, jochanaan, eras hermoso. tu cuerpo era una columna de marfil sobre pies de plata. era un jardín lleno de palomas en el brillo de lirios de plata. nada en elmundo era tan blanco como tu cuerpo. nada en el mundo era tan negro como tu pelo. en todo el mundo nada era tan rojo como tu boca. tu voz era un incensario, y cuando yo te miraba, oía música misteriosa.
el misterio de la luna
reflejo del amor y de la muerte

(salomé está sumida en la visión de la cabeza de jochanaan)
¡oh! ¿por qué no me has mirado, jochanaan? pusiste sobre tus ojos la venda de uno que quería ver a su dios. ¡bien! tú has visto a tu dios, jochanaan, pero a mí, a mí, a mí, nunca me has visto. ¡si me hubieras visto, me habrías amado! tengo sed de tu belleza. tengo hambre de tu cuerpo. ni vino ni manzanas pueden calmar mi deseo... ¿qué debo hacer ahora, jochanaan? ni las corrientes ni las grandes aguas pueden apagar este desear abrasador... ¡oh! ¿por qué no me miraste? si me hubieras mirado, me habrías amado. lo sé bien, me habrías amado. y el misterio del amor es mayor que el misterio de la muerte...
imagen: "salomé" de aubrey beardsley (1872-1898)