domingo, 8 de noviembre de 2009

"para habitar la tierra por el lado de la piel" (no. 40)

sólo olvidamos, y de habernos olvidado viene la raíz del asombro
segundo libro de crónicas
antónio lobo antunes

ahora recuerdo que era una tarde lluviosa y amarillenta. una luz pálida y húmeda se filtraba por las ventanas del café de una librería. yo esperaba simplemente, sin poder dejar de mirar la tarde. de pronto llegó compartiendo su más reciente hallazgo: unas hojas diminutas, envainadas, que al contacto con el agua hacían ¡plop!
las sacó de su bolsa, las colocó en un plato, a falta de agua las ensalivó y, efectivamente, hicieron ¡plop!
también me compartió una piedra abrazada sin remedio a una concha marina y las palabras a las que ahora vuelvo con todo el asombro:
segundo libro de crónicas
de antónio lobo antunes

más que la referencia bíblica, llamó mi atención el acento en "antónio" y la fotografía de la portada: la imagen en blanco y negro de una calle curva, empedrada, con dos líneas para el tranvía, fachadas de casas viejas al fondo y una pareja de espaldas caminando calle abajo.
imagen por demás sencilla, pero hermosa: sencilla en su hermosura/hermosa en su sencillez, al igual que todas las cosas que fui encontrando en cada crónica

***
soy una obsesiva de las cosas, de los nombres, de la memoria,
de la memoria cuando recuerda el nombre de las cosas o las cosas sin un nombre,
de las cosas pequeñas, de los detalles, del olvido y de los asombros.
quizás por eso mi fascinación sigue vigente, porque las cosas puestas en juego en el segundo libro de crónicas tienen el matiz de lo entrañable.
no hay historias extraordinarias ni personajes sublimes, no hay tensiones ni intrigas ni desenlaces, no hay finales felices, más bien no hay finales, sólo puntos de partida, líneas de fuga que sinuosamente nos llevan a perdernos en un laberinto de deseos, nostalgias, palabras, recuerdos de infancia, figuras desconocidas que reconocemos desde lejos porque, sin habernos visto antes, nos hablan y nos cuentan sobre esas pequeñas cosas:
me armo de paciencia y, no obstante, a veces las cosas hieren, hay ideas que entran en nosotros como espinas. no se pueden quitar con una pinza: se quedan ahí. entonces la cara empieza a estropearse y
dicen
envejecemos
***
cada crónica se erige como un recuerdo que todavía no llegamos a evocar, pero que sabemos nuestro, de alguna manera inexplicable, porque hay nombres familiares que acuden de inmediato al leer que
parece que hubiera, en las mujeres de la familia,
como unas ganas de llorar. no de tristeza, claro,
sino del hecho de que exista para siempre,
dentro de ellas, una caracola conmovida

porque también recordamos numerosas expresiones que atraviesan siglos para luchar con los agujeritos tapados de los saleros; porque reconocemos una felicidad ahí donde las paredes del corazón eran tan finas que se podía escuchar del otro lado; porque también nos sabemos vulnerables y admitimos nuestras pérdidas y nos damos cuenta de que igualmente estamos hechos de cardos y que hay palabras que dejamos secar dentro de nosotros o que las ha secado la vida.

***
no es sólo el recuerdo, es también el asombro y la fascinación
es la historia del noruego que nunca había visto un rosal y al mostrárselo se sorprendió de que un arbusto diese fuego
es convenir en que ahí donde haya certidumbres el arte es imposible
es volver sobre los pasos, sobre las letras, sobre las páginas y pensar si en verdad será imposible escribir sin contradicción, tortura, vehemencia, remordimiento y esa especie de furia indignada de las zarzas ardientes que lanza a las emociones unas frente a otras en una exaltación perpetua
es evocar aquellos nombres siempre presentes, siempre abrazables, de quienes son nuestros volcanes de camaradería exigente y limplia, islas fraternas de rigurosa ternura, refugios de piedra suave donde aplacar la inquietud de la fiebre, personas que nos reconcilian con la noche más oscura del alma de la que escribía Scott, por traernos de ella vestigios de la mañana
es esbozar la media sonrisa ante la idea de que la muerte se perdona
te perdono porque no eras sólo Poeta.
eras Poesía, y por eso te respeto y admiro [...]
es la primera vez que me juegas una mala pasada,
y la primera vez se disculpa siempre. no obstante,
te lo advierto: no se te ocurra volver a morirte.
y ahora, que se acabaron las amenazas,
dame el abrazo de costumbre y vámonos.
***
me parece que el segundo libro de crónicas implica sobre todo la posibilidad de sacar lo necesario para habitar la tierra por el lado de la piel, lejos del otro lado, de ese feo solar de lo que ignoramos: escombros como patria, como huesos, como los amargos cadáveres de la envidia
es aventurarnos a la fragilidad para pedir asilo cuando sea necesario, para solicitar una palabra, un recuerdo o una sola sonrisa a cambio de un único instante:
tú, a quien no conozco o imagino que no conozco, ayúdame a quedarme.
ocupo poco espacio, casi no hago ruido, nunca grito, no molesto a nadie.
llévame contigo y ayúdame a quedarme. tengo llana la ternura aunque con nudos.
como tus uñas son más largas que las mías, hazme el favor, desátame.
manos impregnadas de nubes, suaves sus huesos como la leche, despaciosos, certeros.
es bueno nacer en el instante en que el aire es más frío que el agua.
lo he traído en el bolsillo para ti.
***
en su bolsillo estaban las hojitas envainadas que hacían ¡plop! al contacto con el agua, también la piedra abrazada irremediablemente a una concha marina que, horas después, mi torpeza separó en un segundo, sin darme cuenta (no importa, dijo, saldrán ángeles); en el libro que entonces me dio estaban, entre muchas otras, algunas de las palabras que consigno aquí...
desde esa tarde lluviosa y amarillenta han pasado algunos años, no muchos ni pocos, sólo algunos
de esa tarde lluviosa y amarillenta me queda una levedad de ángeles y el recuerdo de que no necesitábamos decirnos muchas cosas para decirnos muchas cosas

citas tomadas de: Lobo Antunes, António. Segundo libro de crónicas. Barcelona: Mondadori: 2004.
imagen: "muchacha asomada a la ventana". Salvador Dalí