lunes, 28 de marzo de 2011

La urgencia de un asombro (no. 55)

“Cultivé lo transitorio, el asombro, la escritura a mano, leer y releer vigilia insomne, macetas en cada rincón posible, añoranzas de un edén inexistente…”
Soliloquios
E.S.

Como si de un epitafio anticipado se tratara, en estas palabras de Esther Seligson parece sintetizarse uno de los múltiples puntos de partida para acceder a su escritura: esa vitalidad del asombro ante la vida y todos sus reveses, misterios, revelaciones y nostalgias.

El escrito a mano lleva necesariamente impresa la huella de nuestro pulso, el temblor de nuestros dedos húmedos apresando la pluma, mientras la palabra, a veces justa, a veces espontánea, se desliza sobre cualquier trozo de papel improvisado. Este garabateo impostergable se presenta como una irrupción del lenguaje que obliga a concretar en palabras escritas la urgencia de lo que de pronto conmueve y modifica nuestra forma de mirar y estar en el mundo.

A pesar de su aparente dispersión, los textos que conforman Escritos a mano (título también del primero de los cuatro apartados incluidos en el libro) reúnen en su diversidad la evidencia de algunas de las grandes obsesiones que permean la obra de la autora. En primer término la de la escritura como esa “única tierra prometida que le espera al escritor” y la del libro como “la única ciudad santa que le da cobijo”; y más allá de la relación sagrada entre las palabras y las cosas, la de la palabra escrita como medio para dar constancia de impresiones, experiencias y reflexiones. Por esta razón, los textos aquí reunidos participan de una multiplicidad de formas según el tono que exija la experiencia; así, epígrafes, aforismos, cuentos, poemas, entradas de diario, episodios de viajes, diálogos, ensayos, prosas poéticas y bosquejos de narraciones inconclusas, se dan cita para profundizar en la complejidad del lenguaje literario y sus infinitos recovecos.

En segundo término asistimos a una serie de textos que bajo el título de “Jerusalem” dan cuenta de la fascinación por esta ciudad milenaria llena de contrastes, innovaciones, correspondencias, y trazan el mapa personal de ese espacio atravesado por la impronta de la espiritualidad, el misterio, pero también por un abigarramiento cosmopolita y nuevo, que encuentran su equivalente en la idea de que “para todo jerosolimitano, Jerusalem sea un-una Amante que cada cual recibe según su hambre y su sed de Dios…”. Los distintos periodos en los que la autora regresa a la Ciudad Celeste se ven siempre envueltos por la reflexión, producto de las mismas preguntas: “¿Cómo habitamos los espacios? ¿Responden siempre a nuestros horizontes interiores?”… y quizá la respuesta es un “sí” vestido cada vez con un paisaje y un nombre distinto.

El tercer apartado de Escritos a mano, titulado “Reflexiones de un perplejo”, consiste en un conjunto de nueve ensayos breves dedicados a la llamada “circunstancia judía” y fechados en el otoño de 1982. Desde un tono formal y sobre todo crítico, Seligson desarrolla una serie de reflexiones en torno a la complejidad de la cultura judía en un contexto donde la convivencia de religiones, razas, ideologías, intereses y posturas políticas en constante pugna, se perfila hacia un punto por demás álgido, pero que aún admite posibles vías para una (quizás utópica) conciliación.

Por último, la escritura se vuelve, en el cuarto apartado titulado “Diario de un viaje al Tíbet”, conciencia de la imposibilidad de traducir la experiencia divina al mismo tiempo conocimiento lúcido de que se ha llegado a un estado de plenitud inefable. Las entradas de este diario, si bien dan cuenta de episodios sencillos, primeras impresiones y anécdotas de viaje, a ellas subyace la revelación de lo que se asimila sólo con el paso del tiempo:

Empezar la redacción de esa memoria-itinerario me ha llevado bastante más de un año de espera interna, una silenciosa y a veces turbulenta decantación, decantación imposible de traducir porque la fuerza de las imágenes y sensaciones era poderosa más allá de la escritura, hasta que poco a poco se incorporó al mismo ritmo de mi sangre, a la materia de mis sueños, al aquí y el ahora […] sé que lo que hoy toco, digo y hago está entramado en una luz, en una entereza, una plenitud, como si la transparencia del paisaje y de los hombres y mujeres tibetanos le diera a mi presencia en el mundo un peso y un sentido, una continuidad que sólo puedo calificar de divinos…

Así, aunque la transcripción del diario se presenta casi intacta, con esa espontaneidad de la primera impresión, todos los sucesos de ese viaje al Tíbet, ahora lo sabemos, estarán resignificados por las mismas dudas al recorrer Jerusalem, por esa inevitable proyección de uno mismo en cada suelo que pisa.

Más allá de la escritura o la cuestión judía o la espiritualidad como temas literarios, los Escritos a mano dan cuenta de un vaivén de experiencias de vida que son como un ir y venir, a veces temerario a veces torpe, de lo terrenal a lo divino y viceversa; es la conjunción anhelante y nostálgica entre lo humano palpitante y un ansia de espiritualidad que parece respirar en todas las cosas, en las palabras que las nombran y en la vocación para escribirlas.


Texto leído en la presentación de Escritos a mano de Esther Seligson en la FIL del Palacio de Minería. Publicado en Laberinto, Milenio. Sábado 26 de marzo de 2011.